Paseando iba yo
por aquellos prados.
Montada a caballo,
apartada del pueblo,
llegaba a mi palacio.
Cuando llegué, todo
estaba destrozado.
Mi pena
partió el llanto.
Las rocas caídas sobre mis aposentos
destruían mi palacio.
Aquellos recuerdos que tenia de la infancia...
destrozados,
Corriendo mandé a mi guardia
a limpiarlo todo,
a limpiarlo todo,
y, sobre los escombros que quedaron,
planté un árbol.
Ese árbol
cerraría todas las grietas.
Al paso de los años,
el árbol había germinado.
Comprendí que no todo es malo,
que hay veces en las que la naturaleza
da lecciones.
da lecciones.
En honor a mi árbol allí plantado,
recogí las pocas piedras que quedaban
y las guardé en una caja.
Planté mas árboles y un rosal
en el que todavía se sostiene un cartel
con mis palabras:
con mis palabras:
“Por mi palacio real”.
Cada vez que paseo
voy allí
y me doy cuenta,
de que la riqueza
no hace feliz,...
no hace feliz,...
Y sí la naturaleza.
Iris Ruiz Valero
Me encanta cuando reflexionas en los poemas. En este caso tu moraleja no deja de ser una gran verdad: ¡qué pobre es aquel que sólo tiene dinero!
ResponderEliminarBesos.