viernes, 31 de octubre de 2014

GRIETAS Y ENREDADERAS


Y cada grieta de ese árbol
es una historia en un corazón,
tan profunda que ni el tiempo las elimina,
porque hay historias que se olvidan
y otras son para siempre.

Quiero que formes parte de esa grieta 
que nunca se olvida.
Quiero que seas para siempre.
¿Ves esa enredadera?
No se separa de ese árbol;
no sé cuántos años llevará ahí,
pero nunca están solos.
Pues así de pegada 
me gustaría estar a ti.

No me hace falta nada.
Sólo me haces falta tú,
porque, como ya digo,
me gustaría que fueras ese árbol
y yo esa enredadera
para pasar contigo 
mi vida entera.

Iris Ruiz Valero

miércoles, 29 de octubre de 2014

CARTA DE UN CORAZÓN



Si lees esto, quiero decirte que te quiero. Que gracias por todas esas largas conversaciones que acababan con el sueño de uno de los dos y comenzaban con un "¡Buenos días!" Que estoy deseando de verte y de poder abrazarte. Y que me da igual lo que impida que estés a mi lado, porque, aunque no lo estés, estás mas cerca de lo que crees: estás en mi corazón. 

Quiero decirte que entraste en mi vida por casualidad y ahora eres la casualidad más bonita que me ha podido pasar. No sé cuánto durará esto de quererte a ocultas, de sonreír cuando pienso en ti o de llorar por miedo a perderte. Sólo sé que me has enamorado y que tardarás mucho en salir de mi mente,... pero más de mi corazón. 

Quiero a gritarle al mundo que eres una persona perfecta y que te quiero, aunque, según tú, tengas defectos. Defectos que me encantan, ya que una vez que te he conocido a ti no quiero conocer a nadie más. Porque para mí eres todo lo que necesito.


Y ese chico eres tú.. Escaparme contigo y perdernos en medio de la nada... 

No sé cómo decírtelo pero... ¡TE QUIERO!

Iris Ruiz Valero

lunes, 27 de octubre de 2014

MI ÁNGEL LEJANO



Daba vueltas en mi cama sin parar. Si me ponía de lado, las lágrimas me mojaban la almohada y, si me ponía mirando al techo, mis ojos se inundarían en lágrimas. Opté por mojar la almohada y hundí mi cara en ella dejando soltar un alarido y haciendo que mis labios temblaran. ¿Por qué a mí? ¿Por qué ahora? La vida me ha dado mi ángel, pero se confundió de lugar. Al final miro el techo y mis ojos brillantes piden a las estrellas que no sean injustas conmigo.
 
 
Si cerraba los ojos lo vería a él; si dormía soñaría con él, y si me quedaba despierta, no conseguiría dejar de pensar en él. Mi corazón es pequeño, pero es increíble cómo una persona que está tan lejos de mí, que nunca he sentido a mi lado, haya logrado hacer que no quepa en mi pecho. Lo amaba de verdad y estaba tan segura de que era el amor de mi vida y mi alma gemela como que la tierra era redonda.
 
Sentirlo una vez. Sólo necesitaba tocarlo y saber que era real, que no era un sueño que desaparecería en el mejor momento. Necesitaba enlazar mis dedos con los suyos. Oler su olor, sentir su respiración en mi garganta, sus manos en mi cuello, sus labios en los míos, mi pecho contra el suyo, sus brazos protectores rodeándome, sus ojos buscando los míos y su hilo de voz en mis oídos. Lo necesitaba más que el oxígeno en mi cuerpo.
 
Sus "te amo" me llenaban, pero no lo suficiente para el resto del el día. Sé que algún día estará conmigo, que despertaré con mi cabeza hundida en su pecho como ahora la hundía en la almohada. Pero sólo necesitaba que supiera esperarme...
Yo estaba dispuesta a esperarlo toda mi vida, pero... ¿me esperaría él toda la suya?
Sandra Pérez Navarro

viernes, 24 de octubre de 2014

QUÉDATE CONMIGO



Sonaron las ocho de la mañana y las clases estaban a punto de comenzar. Era un día nublado, el cielo estaba gris y caían gotas de agua salteadas que iban dejando marcas en el asfalto. Mis pies corrían sobre los charcos de la tormenta de anoche y mis pantalones se mojaban cada vez más. La humedad despeinó mi pelo y me pasé las manos por encima, tratando de dejarlo como antes para no entrar a clase hecha un desperfecto.
Me senté en mi pupitre y cinco segundos después entró mi mejor amigo. Estaba serio. Sus ojos parecían rotos y, decepcionado, pasó por mi lado. Lo saludé con un buenos días, pero únicamente contestó con un hola y se sentó solo en un pupitre de detrás.
Me di la vuelta y lo miré a los ojos, que estaban rojos y llenos de ojeras por no haber dormido.
-Estuviste llorando...- le dije casi en un murmullo.
Me miró sin contestar a los ojos y con eso me hizo saber que estaba en lo cierto. Me volví hacia adelante y puse mi mano en mi frente, intentando recordar nuestra conversación de anoche.
A la salida se fue sin decir nada durante todo el día y me decidí por hablarle yo.
-Lo siento...- le dije.
-Da igual...- me contestó mientras negaba con la cabeza, agachándola.
-No, no da igual. No mereces el daño que te estoy haciendo.
 
Entre nosotros hubo un silencio y levantó la cabeza para mirarme.
-Ya lo has hecho. Ya no hay vuelta atrás.- dijo él, dándose la vuelta para irse.
-Lo siento... Yo no quería hacerte daño. Es lo primero que nunca se me pasaría por la cabeza...- le dije con la garganta cerrada, a punto de soltar un grito que mantuve y salió en forma de lágrima.
-No me creo lo que me dices, porque ya lo has hecho y es tarde para cambiarlo todo.
-Por favor...- dije entre sollozos y sin dejar de llorar.
-Me hiciste creer que me querías. Tú, que siempre fuiste mi mejor amiga y la única chica de la que he estado tan enamorado... Y me has mentido, esto es algo con lo que no se debe jugar.- dijo, dejando caer una lagrima también, pero con la cabeza siempre firme.
-Y yo te quiero...
-Mentira...- quiso mantener su orgullo.
-No te estoy mintiendo...- cerré los ojos e incliné la cabeza hacía atrás para poder coger aire.
-No podemos estar juntos... Te amo más que a mi propia vida, pero no puedo luchar contra el destino. Te estoy hablando muy en serio...
 
Miré sus puños, que se cerraron fuertemente y sus brazos se tensaron, como si quisiera desaparecer con la mente.
-Si me quisieras de verdad, todo lo demás te daría igual...- dijo agarrándose el puño de la camiseta y secándose las lágrimas.
-Te quiero, te quiero, te quiero de verdad, con todo mi corazón... Te quiero... ¿Necesitas que te lo demuestre?
 
Se quedó callado, sin saber que decir.
-Yo también te quiero,... Tanto que me duele...- dijo finalmente.
Lo abracé y apoyé mi frente contra la suya.
-Quédate conmigo, por favor...- me pidió en un susurro.
-Vale, me quedaré contigo. Te lo prometo.
 
Sonrió por primera vez en todo el día y yo sonreí al verlo feliz.

Sandra Pérez Navarro

miércoles, 22 de octubre de 2014

TE ESPERARÉ


Paseo por la orilla y el agua calmada me acaricia los pies.
 
El viento que viene del horizonte me movía el pelo como una bandera haciendo que pareciera que volaba. La playa estaba desierta y sólo se oían las olas al romper. Una voz me llamó. Sabía perfectamente quien era. Esa voz que cada vez que la oía hacía que mi corazón se acelerase. Me giré y él me abrazo fuertemente sin que me lo esperara. Sentía mariposas en mi estómago y noté cómo mis mejillas se sonrojaban. Cerré los ojos y le devolví el abrazo.
-No quiero perderte...- me dijo con voz suave.
-Nunca me perderás...- le contesté y, aunque no lo vi, noté que había sonreído.
Se separó y me miró a los ojos, haciendo que sus ojos marrones parecieran que quisieran decirme algo.
-¿Quién te lo ha dicho?- le pregunté.
-Lo supuse cuando me dijiste que me extrañarías.
-Escucha...- me detuvo con un beso antes de que pudiera decir nada.
Me aferré a su pecho y lo atraje más a mí, sin separar mis labios de los suyos. Él me levantaba la cabeza con su dedo pulgar delante de mis orejas y el resto despeinándome y haciendo que me quedara de puntillas para llegar a él. El tiempo se detuvo y sólo deseaba quedarme así para siempre...
-No te vayas...- me dijo apoyando su frente contra la mía.
-Volveré, te lo prometo. Ahora prométeme tú que me esperaras...
-Toda mi vida si hace falta.- contestó con seguridad.
Volvió a besarme suavemente y me acurrucó en su pecho mientras observábamos el sol esconderse tras el horizonte. Nos quedamos allí solos y unidos en un abrazo eterno. No quería perder lo que más amaba en mi vida por culpa de la distancia. Ese era mi miedo, pero no se lo decía. Mencionar la palabra distancia sólo hacía que me estremeciera más y opté por pensar que él siempre me esperaría, ya hubiera cientos de kilómetros en nuestro camino o no; ya hubiera tormenta, lluvia o cualquier cosa que pudiera complicar que lo tuviera en mis brazos.

Nada me importaba más que él.
 
Sandra Pérez Navarro

lunes, 20 de octubre de 2014

SANOS Y SALVOS



Una explosión hace que tiemble todo el edificio. Son las cinco de la mañana y las primeras bombas comienzan a caer. Me acerco a mi hermano de cinco años que se ha despertado con el ruido y tiembla de miedo.
-Tranquilo. Están cayendo lejos de aquí. No nos pasará nada.- le digo con voz cantarina para tranquilizarlo.
Él se acurruca en mi pecho poniendo entre nosotros su oso de peluche y yo lo mezco mientras miro el humo y el fuego del fondo. Sólo estamos él y yo, en una pequeña habitación, y un colchón para los dos. Es el edificio más lejano del campo de batalla. La guerra comenzó hace tres días y ya había destruido lo suficiente para que sólo quede viva la mitad de la población y un cuarto del ganado. Lo cojo en brazos y nos dirigimos a la ventana. Él asoma la cabeza de mi pecho y observa lo que queda de nuestro precioso pueblo.
-¿Y papá?- me pregunta mi hermano.
-Luchando por nosotros- le respondo sin querer dar más detalles.
-¿Volverá?- me insiste.
-¡Claro que volverá! ¡Y podremos volver a ser una familia! ¡Ya verás!- le digo con seguridad e intentando parecer alegre.
El pequeño se ríe y se echa en mi hombro mientras seguimos observando el peligro que acecha fuera.
-¿Y mamá?- preguntó nuevamente apretando su osito contra él. Callé unos segundos para pensar algo y explicarle que había muerto en el incendio del segundo día.
Veo el momento en que nuestro hogar ardía en llamas. Mi madre nos empujaba hacía la puerta, alarmada, cuando el pequeño dio la vuelta hacía el infierno que se había formado dentro.
-¡Mi osito!
-¡No!- le gritó mi madre corriendo tras él.
 
Yo la seguí, pero ella me paró y me pidió que saliera de allí. Esperaba fuera y no salían, cuando oí un grito desgarrador de mi madre. Entré corriendo, intentando verlos a través del humo, con todos los sentidos en alarma. Entonces sentí a mi hermano correr hacía mí con su osito, lo cogí y me lo lleve fuera.
-¿Donde está mamá?- le pregunté agobiada e histérica.
-¡Está en el salón! - contestó con sollozos.
-No te muevas de aquí- le digo muy seria.
Entro y la encuentro bajo una viga de madera en llamas. Sus ojos están cerrados, su cara pálida... Me echo a llorar e intento quitarle la viga,... pero es inútil. La casa comienza a venirse abajo y salgo corriendo dejándola allí debajo, viendo como el fuego terminaba con ella.
Finalmente encuentro una respuesta.
-Mamá tuvo que irse y me dejó a tu cargo.
-¿Adónde?
 
Me estremecí con esa pregunta:
-A ayudar a los ángeles a cuidarnos desde el cielo. Ahora está mejor, observando cada paso nuestro. Él se quedó callado. No sabía si había entendido a qué me refería o si infantilmente lo creyó, pero su rostro no tenía ninguna expresión.
Y me dije a la mente "Tranquilo pequeño, estaremos sanos y salvos..."

Sandra Pérez Navarro

jueves, 16 de octubre de 2014

TÚ, MI MUNDO


Que tus ojos sean aquellos que me enamoren
y tu corazón el que me secuestre locamente.
Déjame viajar al país de tus labios
y pasear por la ruta de tus manos.
Visitaré la ciudad de tus abrazos
e iré a la floristería de tu aroma.
Iré a la pastelería
donde seré camelada por tu mirada.
En la curva de tu sonrisa me perderé
y en la comisura de tus labios
deseo que me encuentres.
 
Sólo quiero decirte
que puedo llegar a amarte
sin rozarte,
sin tocarte.
Y me dirán loca,
y me dirán que es imposible,
pero yo diré que no existe nada
que me impida hacerlo,
porque tú eres mi motivo.
Eres aquel que me hace sonreír
y ser feliz.

Iris Ruiz Valero

martes, 14 de octubre de 2014

EL ÁRBOL DE MIS RECUERDOS



Aprieto mis puños y cierro los ojos. Todos los recuerdos llegan a mi mente. él besando a alguien que no soy yo, la noche que me quedé dormida sobre su pecho, sus labios diciendo que quería olvidarme, sus besos en mi cuello...
Una lágrima recorre toda mi mejilla, se detiene al final de mi cara y cae lentamente al suelo. Mis labios tiemblan. Abro las manos y las coloco al cielo. Me las observo y un rayo de luz atraviesa mis dedos y me las llevo a la cara. Busco el tronco del árbol donde talló nuestros nombres y me dejo caer al suelo, echando mi cabeza hacía atrás. "¿De verdad pensaste que llegarías a ser importante para alguien?", me pregunto a mí misma sin respuestas...
Me quito el colgante, que llevaba en el cuello, en el que está grabado su nombre y me saco del bolsillo el mismo pero en el que está grabado el mío. Lo encontré en mi puerta tirado. Supongo que él quiso devolvérmelo... Los observo y me levanto para atarlos en una rama donde quedan enlazados bajo nuestros nombres tallados y dejo que los últimos rayos de sol hagan que brillen. Me seco las lágrimas y dejo que la brisa del campo me acaricie la cara, mezca mi pelo y me seque los ojos vacíos, porque él se llevó mi alma. Y ahora me siento vacía, fría, sola... en el árbol de los recuerdos.
 
Sandra Pérez Navarro