Mi moneda de tres céntimos,
la que tanto quería,
¿por qué te perdiste?,
¿por qué me abandonaste?
No soporto recordar ese día,
mi moneda de tres céntimos,
la que tanto amaba,
¿por qué te caiste?,
¿por qué te extraviaste?
Mi mano, al sujetarla,
sudorosa estaba.
Cortarme las venas debería…
¿por qué te dejé escapar?,
¿por qué abrí la mano?
Perdóname, por favor,
al hacerte daño…
Ahora andarás
muy perdida,
sucia y mojada,
por la alcantarilla.
Ahora la gente
pensará mal de mí
al escribir esta elegía,
porque una moneda de tres céntimos
no existirá, no existe y no existía.
Andy Pombero Gil