Toda la noche sin pegar ojo…
y sí:
hoy es Domingo de Ramos.
Es muy temprano
y sólo quiero
que pase la mañana.
No puedo esperar tanto tiempo.
Ya estoy bajo mi antifaz
y eterno
se hace mi viaje a Sevilla.
Ahora sí.
Llego a mi capilla
y allí
están Ellos,
que tantas cosas
han hecho por mí…
Ahora estáis preparados
para pasearos
por Sevilla.
En la capilla
se respira
trabajo duro
sólo para este momento…
Miro mi reloj
cada cinco segundos
y estoy sudando.
Se oyen los primeros sones
de cornetas y tambores,
aunque no serán los últimos.
Se escuchan aplausos
en la plaza de Molviedro
y una nube de incienso
por la que aparece una túnica morada
dándole el sol de lleno.
Sudo y sudo,
pero no es sudor…
son lágrimas.
Ahora sí, preparado estoy
con mi cirio en la calle.
Ya el Cristo se pierde
por la plaza,
y todos mis nervios
se disuelven,
como a un niño un caramelo
en la boca.
Todo esto, es el principio,
de mi estación de penitencia.
* * *
Ahora sí. Ya estoy en la calle.
De repente, el sol entra
en esa escondida plaza,
y ya empieza
a notarse el calor.
Hoy Sevilla se echa
a la calle y se nota.
Y se nota, porque se ve
en la cara de los pequeños
y en la de los no tan pequeños.
Los pequeños me piden caramelos,
y no me puedo resistir a dárselos.
Más familiares,
que, como yo esperan
este día,
pero con menos impaciencia.
Son las cinco. Plaza de la Magdalena.
Pega el calor, y el hambre
empieza a notarse…
Y veo de lejos a mi Cristo,
lleno de llagas
en esa espalda sangrienta,
y detrás mía,
está Ella.
Ahora sí.
Llegamos a la Campana
y tanto niños como mayores
se agolpan en esa plaza
que, aunque parezca grande,
se queda chica.
Empiezo a tener sed… pero no.
Hay que seguir.
Hasta en la sombra
hace calor,
y un niño me miraba,
como diciendo, telepáticamente,
"Nazareno,
dame un caramelo".
Ahora sí. Estoy en la Catedral.
Mis compañeros
de tramo
y yo vamos
a beber agua.
El pelo se queda pegado
a la frente,
como si de pegamento se tratara,
tras llevar conmigo ese
capirote.
Bebo y ahora sí.
Pega el calor en la plaza del Triunfo,
y nosotros, al pie de la Catedral,
emprendemos nuestro camino.
Postigo.
Siete de la tarde. Se rebaja el calor,
pero no sirve de nada.
Ahora se nota el cansancio.
Tras dejar atrás las Aguas,
llegamos a la Carretería…
y a esa calle, donde todo es pequeño,
menos
el corazón de la Hermandad.
Ya dejados atrás los callejones
y vericuetos del Arenal,
emprendo la calle Castelar,
donde ya la gente aguarda la entrada.
Necesito parar,
sentarme,
abandonar…
Pero no. Hay que seguir.
Ya llega mi Cristo
otra vez a esa plaza,
desde donde apenas pocas horas
salió de aquella capilla…
Y ya estás otra vez ahí.
Ahora sí.
Virgen de los Reyes
enlaza marcha tras marcha,
y no veo nada…
y de repente…
se escucha la marcha real.
Yo no veo nada,
pero no sé por qué
un escalofrío recorre mi cuerpo
y no puedo evitar
que las lágrimas cubran mis mejillas.
Ahora sí.
Tanto sufrimiento pasado
y estamos aquí
otra vez…
Ahora le toca a Ella.
No puedo evitarlo,
no puedo…
Tras reencontrarme
con mi padre
en esa calle tan estrecha
llena de gente,
me dejo caer en sus brazos,
sin saber por qué.
Ya en el coche pensé:
“¿Tan corto ha sido?”
Ahora sí.
El Domingo
de Ramos
acaba aquí.
Manuel Lamprea Ramírez