domingo, 30 de diciembre de 2012

TÍPICO POR NAVIDAD

 
¡Ya huele a Navidad!
Ilusión tanto en niños pequeños,
como en adultos.
Son días de frío y de lluvia
en los que te unes a la familia.
Las cenas, en las que dos veces al año,
no estás discutiendo con tus primos,
en las que todos hablamos a la vez
y sólo se escuchan risas.
Son cenas
en las que siempre se acaba volcando
aquel vaso de coca-cola
que nadie sabe de quién es.
Son los momentos más agradables del año,
en las que, a cada momento,
se cuentan cosas del pasado
o de las que ocurrirán en el futuro;
en las que algunos
parecen máquinas de contar chistes...
y, lo mejor de todo:
la tecnología
que no para de sonar,
deseándote: 
¡FELIZ NAVIDAD!
 
Iris Ruiz Valero


jueves, 27 de diciembre de 2012

TE VI PORQUE LLOVÍA



Corrían descontroladas las gotas de lluvia por un paraguas, precipitándose sobre un mismo charco.
 
Esperé y las gotas incansables se burlaban de mí, pasando y cayendo sin ritmo… hasta que se detuvieron.
 
No dejó de llover. Simplemente llegaste, calmando de agua mi corazón empapado.
 
Y te acurrucaste junto a mí, para cobijarte en mi inocencia.
 
Y , a duras penas, conseguí mirarte. Tu mirada se perdía por fuertes corrientes de agua rápida, al igual que mis ojos al clavarse en ti.
 
Tras el delirio, conseguimos caminar sin rumbo alguno por descampados solitarios.
 
Jamás nos llegará la calma, porque estamos unidos, y esa tormenta jamás cesará, por envidia a nuestro acompasado e infinito caminar.
 
Manuel Lamprea Ramírez

domingo, 23 de diciembre de 2012

FELIZ NAVIDAD Y MEJOR 2013

 
El País de la Poesía quiere desear a su lectores y visitantes una Feliz Navidad y la esperanza de un 2013 lleno de cosas bonitas y bellas para compartirlas entre todos y disfrutarlas.
 
¡SED FELICES!

lunes, 17 de diciembre de 2012

FRAGMENTO DE MEMORIAS DE VERANO DE EMILY LYNN

(De una novela inédita)
 
La joven de rizos dorados sacudió el barro seco de su viejo chaleco y se dejó caer con un ahogado suspiro sobre el mullido césped del jardín trasero, asombrándose, por vigésima vez en el día, de las curiosas y extravagantes formas que las nubes tomaban con ayuda del viento. Y sí, había estado ocupada ayudando a la amiga de su prima con el huerto toda la mañana, pero, como era normal en ella, le era imposible no distraerse de vez en cuando, refrescar la mente, pensar a lo grande, imaginar, soñar. Todo muy común en ella.
 
-Sólo son... pequeños detalles que dan ese toque especial y único a una persona, te convierten en un ser único... Eres una magnífica persona Will, no lo olvides.
 
La chica rompió el silencio con pausadas pero firmes palabras, palabras repetidas a lo largo de muchos años.
 
-¿Sabías que es casi imposible olvidar algo que te recuerdan cada día?, Bueno, cada mes –rió- ¿Qué tal hoy?
 
Como movida por un resorte, Emma se incorporó rápidamente al escuchar la voz de William, y aún más al verlo caminar solo; pero sabía que él estaba acostumbrado a cruzar el jardín, como muchas otras tardes había hecho, así que se limitó a seguir cada uno de sus actos con la mirada y a agacharla una vez la pregunta fue formulada.
 
-La sobrina de Tiffany estuvo dándome la lata toda la mañana, ¿sabes? Debería haberme dejado caer en aquel barro mucho antes... –rió- No me dejaron entrar al porche a beber un zumo porque no quería que “manchara sus sofás de piel”, así que me mandaron derechita a casa. Y nada, aquí me oyes, agobiada y con pereza de entrar a cambiarme y a quitarme este barro del pelo.
 
El chico tomó la cámara que llevaba colgada al cuello, pasó sus dedos cuidadosamente por cada botón, la encendió e hizo una foto a Emma. A aquella chica que siempre estuvo ahí para él. A aquella que le describió durante largas tardes de verano cómo eran las nubes. A aquella que le respondió cada pregunta del Mundo. A esa chica que le enseñó a ver con los oídos, pero ,sobre todo, a aquella chica que le devolvió la ilusión por vivir.
 
-¿Qué haces?- preguntó divertida.
 
-Apuesto lo que sea a que sales preciosa.
 
-Qué dices...-se acercó a ver la foto-.
 
-Mi padre me regaló esta cámara ayer... Me dijo que, en pocos meses, conseguiríamos el dinero suficiente para el transplante de retina. Aún sigo sin creérmelo. Volver a ver... Y pensé lo que realmente me gustaría ver primero. A ti...–calló y unas lágrimas resbalaron por sus mejillas, se giró y continuó con sus palabras - Quiero hacer fotos a todo. Quiero una foto de las nubes, de un atardecer, de tu sonrisa, quiero fotos del Mundo..., ¡y hasta de un león! No pienso perderme ningún detalle, de ningún día a partir de ahora... pero me gustaría tener tu ayuda para ello.
 
Mari Carmen Armenteros García.

jueves, 13 de diciembre de 2012

DULCE ETERNIDAD


(De una novela inédita)

De una forma natural y elegante, Nathalie mecía su larga melena al compás de un repetido taconeo producido por unos negros tacones. Alargó la mano hasta la bandeja que un camarero llevaba en sus manos para coger un pequeño trozo de queso que mordió con cuidado de no dejar marcados sus labios en él... Sabía lo que hacía, pero los nervios comenzaban a devorarla por dentro. Terminó de bajar las escaleras del edificio y arrojó la máscara que llevaba en sus manos al césped para, en su lugar, tomar el cuchillo que llevaba en la parte trasera de su vestido; lo fue alzando lentamente a la vez que se acercaba a un chico de espaldas a ella, y, cuando estuvo lo suficientemente cerca, lo clavó entre sus costillas. Nathalie sonrió y paseó los dedos por los hombros del joven.

-Rondas el tercer siglo y sigues siendo tan inocente como el primero –agarró el mango del cuchillo para clavarlo aún más.
-¿Se... puede saber... qué quieres, de mi, Nathalie? –dijo el chico incorporándose y haciendo el amago de sacar aquel cuchillo.
-Tú lo sabes. Por cierto, duele, ¿verdad? –rió- Estás débil, Gabriel.
 -Serás...-le interrumpió.
 -¿Inteligente? Sí. Cosa que tú no. Vamos.
Nathalie agarró a Gabriel por la corbata y lo arrastró fuera de la fiesta; fuera del condado. Caminaron por la carretera en silencio hasta llegar al cementerio, donde Nathalie arrancó el candado rápidamente al ver que la cancela estaba cerrada, y siguió con su elegante paso hasta llegar a un foso a medio cavar, donde podían verse trozos de rocas y papeles entre la tierra. Gabriel se cruzó de brazos.
 -¿Por qué?
 - Digamos que... lo necesito. No soy feliz.
 -¿En serio? -dijo acercándose lentamente a la chica- Pues no pareces estarlo cuando quitas el alma a decenas de personas.
 -Un pasatiempo, -agarró la corbata del joven para acercarlo aún más a ella- sabes que te odio de igual forma que tú a mi, así que acabemos cuanto antes- susurró. 

Gabriel, de un empujón, alejó a la chica de él. Nathalie se tambaleó sin llegar a caer, cruzó los brazos y observó de arriba abajo al joven.

María del Carmen Armenteros García