(De una novela inédita)
La joven de rizos dorados sacudió el barro seco de su viejo chaleco y se dejó caer con un ahogado suspiro sobre el mullido césped del jardín trasero, asombrándose, por vigésima vez en el día, de las curiosas y extravagantes formas que las nubes tomaban con ayuda del viento. Y sí, había estado ocupada ayudando a la amiga de su prima con el huerto toda la mañana, pero, como era normal en ella, le era imposible no distraerse de vez en cuando, refrescar la mente, pensar a lo grande, imaginar, soñar. Todo muy común en ella.
-Sólo son... pequeños detalles que dan ese toque especial y único a una persona, te convierten en un ser único... Eres una magnífica persona Will, no lo olvides.
La chica rompió el silencio con pausadas pero firmes palabras, palabras repetidas a lo largo de muchos años.
-¿Sabías que es casi imposible olvidar algo que te recuerdan cada día?, Bueno, cada mes –rió- ¿Qué tal hoy?
Como movida por un resorte, Emma se incorporó rápidamente al escuchar la voz de William, y aún más al verlo caminar solo; pero sabía que él estaba acostumbrado a cruzar el jardín, como muchas otras tardes había hecho, así que se limitó a seguir cada uno de sus actos con la mirada y a agacharla una vez la pregunta fue formulada.
-La sobrina de Tiffany estuvo dándome la lata toda la mañana, ¿sabes? Debería haberme dejado caer en aquel barro mucho antes... –rió- No me dejaron entrar al porche a beber un zumo porque no quería que “manchara sus sofás de piel”, así que me mandaron derechita a casa. Y nada, aquí me oyes, agobiada y con pereza de entrar a cambiarme y a quitarme este barro del pelo.
El chico tomó la cámara que llevaba colgada al cuello, pasó sus dedos cuidadosamente por cada botón, la encendió e hizo una foto a Emma. A aquella chica que siempre estuvo ahí para él. A aquella que le describió durante largas tardes de verano cómo eran las nubes. A aquella que le respondió cada pregunta del Mundo. A esa chica que le enseñó a ver con los oídos, pero ,sobre todo, a aquella chica que le devolvió la ilusión por vivir.
-¿Qué haces?- preguntó divertida.
-Apuesto lo que sea a que sales preciosa.
-Qué dices...-se acercó a ver la foto-.
-Mi padre me regaló esta cámara ayer... Me dijo que, en pocos meses, conseguiríamos el dinero suficiente para el transplante de retina. Aún sigo sin creérmelo. Volver a ver... Y pensé lo que realmente me gustaría ver primero. A ti...–calló y unas lágrimas resbalaron por sus mejillas, se giró y continuó con sus palabras - Quiero hacer fotos a todo. Quiero una foto de las nubes, de un atardecer, de tu sonrisa, quiero fotos del Mundo..., ¡y hasta de un león! No pienso perderme ningún detalle, de ningún día a partir de ahora... pero me gustaría tener tu ayuda para ello.
Mari Carmen Armenteros García.