Sevilla se enamoró de Cádiz,
de la Caleta,
del Falla.
Sevilla se enamoró de su habla,
de su cariño,
y de sus plácidas palabras.
Sevilla habló con Jerez,
y de Él quedó prendado.
Era un amor fiel y deseado.
Sevilla no se podía olvidar de Jerez,
ni de su famosa catedral.
Sevilla se perdió en el Alcázar,
y jugó al escondite de visitar todos sus
monumentos.
No podía olvidar...
Su amor por Jerez
le había hecho olvidar todo lo visto en Cádiz.
Quizás el caballo en su feria sería apropiado,
pero Ella sólo quería
volver a estar a su lado.
Decidió visitar a Triana,
su hermana,
Quien la llevo a su puente.
-¡Barquero!- le decía -
déjame su barquita
para navegar el
Guadalquivir....
-Pero chiquilla, ¿dónde quieres ir?
-Necesito ir a ver a Jerez,
Él es mi amado,
¡Guadalquivir!,
¡Guadalquivir! Déjame ir,
llama a tu amigo
Guadalete,
y que hasta allí me acerque.
-Eso no es posible-le decía el
barquero,-
hasta allí no es navegable.
-Lo siento señor barquero,
pero nada me quita el miedo.
Que sea
la última vez,
pero llévame.
-Esta bien, pero que sea la última vez.
Sevilla llegó a Jerez.
Su amado
tampoco le había olvidado.
El tiempo había pasado
y Ella tenía que volver.
Él no quería que lo hiciera.
-¡Quedate aquí conmigo
la vida entera!-le
decía.
Me tengo que ir, Jerez,
pero con mucho gusto me quedaría.
Ella volvió,
y Él quedó allí apenado,
sabiendo que había muchas millas
por las que eran separados.
No se volvieron a ver.
Ellos siguen enamorados.
Se comunican a través del sol
escondido tras
las nubes.
Es un amor prohibido y escondido,
pero cada día
pero cada día
siguen extrañando
todo lo
vivido.
Iris Ruiz Valero