Camdem, 19 de agosto de
1939
Padre trabajaba en el campo mientras que madre fue a
comprar alimento para el almuerzo. La abuela siempre me acompañaba en casa
hasta que ellos volviesen. Hoy me levanté temprano para alimentar a los cerdos,
tarea que hacía la abuela pero que a mí me encantaba. Cuando volvió madre, la
abuela y yo le ayudamos a preparar el almuerzo. Padre vino muy nervioso e inquieto,
pero no quería contar qué le pasaba. Recogí el cuenco de madera donde me serví
la sopa y subí a mi habitación para leer algunos libros de historia que traía
el abuelo antes de morir. “Bigotes”, la pequeña cría de gato que padre recogió
en el campo, no paraba de pedirme que le diese de comer, pero el alimento no
sobraba. El sueldo de padre no llegaba para comprar un barra de pan junto a dos
garrafas de leche y casi siempre comíamos sopa que madre guardaba para el mes
entero.
Decidí ir aunque fuese un poco de leche para “Bigotes”,
ya que hacía varios días que se alimentaba a base de agua. Aparté un poco de
leche en un pequeño tazón y me dirigí de nuevo a la habitación. Pasé por el
pasillo. Madre y padre discutían y decidí echar un vistazo por el pequeño hueco
que quedaba para cerrar la puerta completamente.
-Pero Margaret, ¿qué haremos con nuestra hija? -
preguntó furioso padre.
-James, no lo sé – contestó madre, la cual estaba
sentada en una pequeña silla con sus manos cubriéndose la cara.
-¡Margaret! ¿Qué haremos? - gritó padre – La guerra
está a punto de empezar.
Esas últimas palabras retumbaron en mi cabeza como si
una bomba explotase dentro de ella. Seguidamente, un escalofrío recorrió todo
mi cuerpo.
-¿La guerra? - pregunté temblando mientras abría la
puerta dejando que mis padres me vieran.
-Cariño. – se levantó mi madre y me abrazó fuertemente
– No pasará nada. Vamos a estar todos juntos. - se separó de mí y me acarició
las mejillas - ¿De acuerdo? No va a pasar nada – me abrazó nuevamente.
Camdem, 25 de agosto
de 1939
Comenzamos a recoger nuestras pertenencias. Nos
tendríamos que mudar a una base naval en Franca a causa de la guerra. Papá pudo
conseguir un poco de dinero para comprar los billetes de tren. La abuela no se
podía venir con nosotros a causa de que su prima, con la que vivía, enfermó
gravemente y tendría que ocuparse de ella. Me dolió mucho tener que despedirme
de la abuela, porque podía ser que no la volviera a ver más.
París, 29 de agosto de
1939
Estábamos en camino hacia la base naval de Francia. Nos
encontrábamos en París y teníamos que ir hasta Toulon antes del día 1 de
septiembre, el día en el que se declararía la guerra. Acompañé a madre a
comprar algunos suministros para la base mientras que padre compraba los
billetes de tren. El tren estaba al completo. En él se encontraban niños
pequeños juntos a sus padres, los cuales parecían muy preocupados. ¿Cómo no
estarlo? A mi lado se encontraba una niña pequeña jugando con su muñeca de
trapo.
-Hola, soy Anne – me presenté y esbocé una gran
sonrisa.
La niña me miró y seguidamente dirigió nuevamente su
mirada hacia su muñeca.
-¿Cómo te llamas? - le pregunté.
La chica me miró atentamente y contestó:
-Amelia, me llamo Amelia. – sonrió - ¿Cuántos años
tienes? - preguntó la niña curiosa.
-¿Yo? Tengo trece años recién acabados de cumplir hace
pocas semanas. – sonreí - ¿Y tú?
-Yo tengo ocho años. Pareces más pequeña, no aparentas
tener trece años. – rio - ¿Vas a la base naval de Toulon?
-Sí. ¿Tú también irás?
-Sí, pero madre y yo tenemos que ir a Versalles, ya
que mi hermana trabaja allí en una pequeña panadería y tiene que ir con
nosotras a Toulon.
Amelia, junto a su madre, bajó en una estación cercana
a Versalles, pero a nosotros aún nos quedaba un día y medio de trayecto.
Toulon, 31 de agosto
de 1939
Finalmente llegamos a Toulon. Padre consiguió que nos
llevasen cerca de la base. Muchas familias se dirigían a la base. Aún quedaban
dos kilómetros hasta llegar a ella.
Junto a mi pequeño y pesado equipaje conseguí recorrer
un kilómetro aproximadamente, pero no podía más. Estaba cansada: dos días
durmiendo en un incómodo asiento del tren me destrozaron los huesos
literalmente. Muchas familias decidieron seguir su camino, pero otras
decidieron descansar un poco, ya que se encontraban en la misma situación que
yo. Descansamos alrededor de veinte minutos o eso es lo que conté fijándome en
el reloj de padre. Me levanté de una gran piedra donde decidí sentarme con
cuidado de no resbalarme con el barro que se encontraba alrededor de ella. Me
dirigí a coger mi equipaje, pero alguien lo cogió antes que yo.
-No te preocupes, ya la llevo yo – dijo un chico.
Su cabello era como la miel y sus ojos verdes
hipnotizaban a cualquier ser humano que lo mirase.
-No, no hace falta – dije el chico.
-Sí, he visto que tienes la espalda molida. No quiero
que nadie se haga daño – sonrió.
-Gracias... – dije dudosa, ya que no sabía su nombre.
-Oliver – me interrumpió.
-Gracias, Oliver. – sonreí – Soy Anne.
Por el camino, Oliver me contó que venía de Birch Vale
y que tenía catorce años, es decir, era un año mayor que yo. También me dijo
que se dirigía a la base junto a su hermano. Finalmente, llegamos. Me despedí
de Oliver, aunque nos viéramos constantemente. Nos asignaron una pequeña
habitación que compartiríamos con otra familia. Nos presentamos a la familia
Morrison, la familia con la que compartiríamos la habitación. Parecían
amigables desde mi punto de vista.
Toulon, 1 de septiembre de 1939
Hoy todas las familias nos reuniríamos en el comedor
de la base para escuchar, por medio de una radio que traía una de ellas, la
mala noticia de que la II Guerra Mundial comenzaba.
Madre dijo que me vistiese con un vestido blanco que
ella misma me tejió para el día de mi cumpleaños. Todas las familias nos
encontrábamos en el comedor. Estaba casi al completo, pero pudimos acercarnos a
la mesa donde estaba colocada la radio. Madre me contaba anécdotas suyas de
cuando era pequeña, solo para romper el hielo que dejó la mala noticia.
Entonces escuché a alguien que pronunciaba mi nombre. Me giré y pude ver a
Oliver haciéndose paso entre la gente hasta llegar donde me encontraba.
-Hola, Oliver – sonreí.
-Hola – sonrió el chico.
-¡Callaos, callaos! - gritaba un hombre, atento a lo
que decía el locutor de la radio y haciendo que el comedor quedase en un
completo silencio.
Me centré en mis pensamientos. Me formulaba muchísimas
veces la misma pregunta: ¿Qué sería de mi familia? Reaccioné de inmediato
cuando noté que alguien entrelazaba sus dedos con los míos. Era Oliver. Alcé mi
mirada hacía él y me sonrió. El locutor relataba algunos acontecimientos que
habían ocurrido a lo largo del día.
-Tenemos que comunicar que, en las bases, solo podrán
estar los niños y las niñas menores de dieciocho años. Sus padres abandonarán
las bases para que muchos niños puedan estar refugiados. Tenemos que luchar
todos juntos. La guerra ha comenzado.
Ante lo que dijo el locutor, mis ojos comenzaban a
nublarse, caí al suelo sin conocimiento y se congeló todo mi cuerpo. Mi color
pasó a ser tan blanco como la nieve. Madre me socorrió junto a otras mujeres
que se encontraban a mi alrededor, mientras que padre seguía atendiendo a la
radio con sus ojos cristalizados. No era capaz de pronunciar ni una sola
palabra. Un nudo en la garganta me oscurecía la posibilidad. Madre lloraba a mi
lado diciendo que no pasaría nada, que estarían seguros. Recobré mi estado
normal finalmente. Madre y padre ya tenían preparado su equipaje para marchar.
Las lágrimas conquistaban mis mejillas, haciendo que madre llorara al verme así
y a padre se le escapasen algunas lágrimas. No podía oponerme a que mis padres
se fueran, pero me dijeron que estarían
a salvo y que iban a volver. ¿Estarían seguros?
Toulon,
9 de agosto de 1943
La guerra aún seguía. Todo aquí era muy agobiante. No
podías salir, a menos que cumplieras los dieciocho años y te unieses a la
batalla. Me faltaban días para cumplir la edad necesaria y salir de este
manicomio a buscar a padre y a madre.
Madre y padre no volvieron, pero tenía esperanzas de que iban a volver.
Oliver y yo nos volvimos mejores amigos, aunque sentía mariposas en el estómago
al verle, mientras que Amelia era mi mejor amiga. La señora Lauren, la
enfermera, me entretenía todo el día y siempre conseguía que le ayudase en la
enfermería. Estaba en mi habitación leyendo un libro cuando el director de la
base llamó a la puerta. Tenía un mensaje para mí. Antes de entrar en el
despacho del director, vi a Oliver y a Amelia corriendo hacia mí. Me dieron un fuerte
abrazo acompañado de un “Lo siento”, cosa que me extrañaba. El director me
ofreció el sillón que tenía en su despacho, me senté y comenzó a hablar.
-Señorita Anne. Usted pronto cumplirá la edad
necesaria para salir de aquí.
-Sí, pronto, dentro de unos días.
-Tendrá que marcharse de aquí e ir a su antiguo pueblo
a vivir con familiares próximos a usted.
-Iré en busca de mis padres. Les prometí que iría en
busca de ellos si antes no habían venido a la base, al cumplir yo los dieciocho.
-Ya no puede.
-¿Por qué? - pregunté preocupada.
-Tengo que darle la mala noticia. -hizo una pausa -
Sus padres han muerto.
Sara Figueras Peinado
Otra muestra más de que estos "niños" también están dotados para la prosa. Me encantó, Sara. Besos.
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