lunes, 17 de junio de 2013

MEMORIAS DE GUERRA



    Camdem, 19 de agosto de 1939

Padre trabajaba en el campo mientras que madre fue a comprar alimento para el almuerzo. La abuela siempre me acompañaba en casa hasta que ellos volviesen. Hoy me levanté temprano para alimentar a los cerdos, tarea que hacía la abuela pero que a mí me encantaba. Cuando volvió madre, la abuela y yo le ayudamos a preparar el almuerzo. Padre vino muy nervioso e inquieto, pero no quería contar qué le pasaba. Recogí el cuenco de madera donde me serví la sopa y subí a mi habitación para leer algunos libros de historia que traía el abuelo antes de morir. “Bigotes”, la pequeña cría de gato que padre recogió en el campo, no paraba de pedirme que le diese de comer, pero el alimento no sobraba. El sueldo de padre no llegaba para comprar un barra de pan junto a dos garrafas de leche y casi siempre comíamos sopa que madre guardaba para el mes entero.

Decidí ir aunque fuese un poco de leche para “Bigotes”, ya que hacía varios días que se alimentaba a base de agua. Aparté un poco de leche en un pequeño tazón y me dirigí de nuevo a la habitación. Pasé por el pasillo. Madre y padre discutían y decidí echar un vistazo por el pequeño hueco que quedaba para cerrar la puerta completamente.

-Pero Margaret, ¿qué haremos con nuestra hija? - preguntó furioso padre.

-James, no lo sé – contestó madre, la cual estaba sentada en una pequeña silla con sus manos cubriéndose la cara.

-¡Margaret! ¿Qué haremos? - gritó padre – La guerra está a punto de empezar.

Esas últimas palabras retumbaron en mi cabeza como si una bomba explotase dentro de ella. Seguidamente, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.

-¿La guerra? - pregunté temblando mientras abría la puerta dejando que mis padres me vieran.

-Cariño. – se levantó mi madre y me abrazó fuertemente – No pasará nada. Vamos a estar todos juntos. - se separó de mí y me acarició las mejillas - ¿De acuerdo? No va a pasar nada – me abrazó nuevamente.

 

                                             

                                          Camdem, 25 de agosto de 1939

Comenzamos a recoger nuestras pertenencias. Nos tendríamos que mudar a una base naval en Franca a causa de la guerra. Papá pudo conseguir un poco de dinero para comprar los billetes de tren. La abuela no se podía venir con nosotros a causa de que su prima, con la que vivía, enfermó gravemente y tendría que ocuparse de ella. Me dolió mucho tener que despedirme de la abuela, porque podía ser que no la volviera a ver más.

                                                                                                     

      París, 29 de agosto de 1939

Estábamos en camino hacia la base naval de Francia. Nos encontrábamos en París y teníamos que ir hasta Toulon antes del día 1 de septiembre, el día en el que se declararía la guerra. Acompañé a madre a comprar algunos suministros para la base mientras que padre compraba los billetes de tren. El tren estaba al completo. En él se encontraban niños pequeños juntos a sus padres, los cuales parecían muy preocupados. ¿Cómo no estarlo? A mi lado se encontraba una niña pequeña jugando con su muñeca de trapo.

-Hola, soy Anne – me presenté y esbocé una gran sonrisa.

La niña me miró y seguidamente dirigió nuevamente su mirada hacia su muñeca.

-¿Cómo te llamas? - le pregunté.

La chica me miró atentamente y contestó:

-Amelia, me llamo Amelia. – sonrió - ¿Cuántos años tienes? - preguntó la niña curiosa.

-¿Yo? Tengo trece años recién acabados de cumplir hace pocas semanas. – sonreí - ¿Y tú?

-Yo tengo ocho años. Pareces más pequeña, no aparentas tener trece años. – rio - ¿Vas a la base naval de Toulon?

-Sí. ¿Tú también irás?

-Sí, pero madre y yo tenemos que ir a Versalles, ya que mi hermana trabaja allí en una pequeña panadería y tiene que ir con nosotras a Toulon.

Amelia, junto a su madre, bajó en una estación cercana a Versalles, pero a nosotros aún nos quedaba un día y medio de trayecto.

 

                                                                                          Toulon, 31 de agosto de 1939

Finalmente llegamos a Toulon. Padre consiguió que nos llevasen cerca de la base. Muchas familias se dirigían a la base. Aún quedaban dos kilómetros hasta llegar a ella.

Junto a mi pequeño y pesado equipaje conseguí recorrer un kilómetro aproximadamente, pero no podía más. Estaba cansada: dos días durmiendo en un incómodo asiento del tren me destrozaron los huesos literalmente. Muchas familias decidieron seguir su camino, pero otras decidieron descansar un poco, ya que se encontraban en la misma situación que yo. Descansamos alrededor de veinte minutos o eso es lo que conté fijándome en el reloj de padre. Me levanté de una gran piedra donde decidí sentarme con cuidado de no resbalarme con el barro que se encontraba alrededor de ella. Me dirigí a coger mi equipaje, pero alguien lo cogió antes que yo.

-No te preocupes, ya la llevo yo – dijo un chico.

Su cabello era como la miel y sus ojos verdes hipnotizaban a cualquier ser humano que lo mirase.

-No, no hace falta – dije el chico.

-Sí, he visto que tienes la espalda molida. No quiero que nadie se haga daño – sonrió.

-Gracias... – dije dudosa, ya que no sabía su nombre.

-Oliver – me interrumpió.

-Gracias, Oliver. – sonreí – Soy  Anne.

Por el camino, Oliver me contó que venía de Birch Vale y que tenía catorce años, es decir, era un año mayor que yo. También me dijo que se dirigía a la base junto a su hermano. Finalmente, llegamos. Me despedí de Oliver, aunque nos viéramos constantemente. Nos asignaron una pequeña habitación que compartiríamos con otra familia. Nos presentamos a la familia Morrison, la familia con la que compartiríamos la habitación. Parecían amigables desde mi punto de vista.

 

                                                                              Toulon, 1 de septiembre de 1939

Hoy todas las familias nos reuniríamos en el comedor de la base para escuchar, por medio de una radio que traía una de ellas, la mala noticia de que la II Guerra Mundial comenzaba.

Madre dijo que me vistiese con un vestido blanco que ella misma me tejió para el día de mi cumpleaños. Todas las familias nos encontrábamos en el comedor. Estaba casi al completo, pero pudimos acercarnos a la mesa donde estaba colocada la radio. Madre me contaba anécdotas suyas de cuando era pequeña, solo para romper el hielo que dejó la mala noticia. Entonces escuché a alguien que pronunciaba mi nombre. Me giré y pude ver a Oliver haciéndose paso entre la gente hasta llegar donde me encontraba.

-Hola, Oliver – sonreí.

-Hola – sonrió el chico.

-¡Callaos, callaos! - gritaba un hombre, atento a lo que decía el locutor de la radio y haciendo que el comedor quedase en un completo silencio.

Me centré en mis pensamientos. Me formulaba muchísimas veces la misma pregunta: ¿Qué sería de mi familia? Reaccioné de inmediato cuando noté que alguien entrelazaba sus dedos con los míos. Era Oliver. Alcé mi mirada hacía él y me sonrió. El locutor relataba algunos acontecimientos que habían ocurrido a lo largo del día.

-Tenemos que comunicar que, en las bases, solo podrán estar los niños y las niñas menores de dieciocho años. Sus padres abandonarán las bases para que muchos niños puedan estar refugiados. Tenemos que luchar todos juntos. La guerra ha comenzado.

Ante lo que dijo el locutor, mis ojos comenzaban a nublarse, caí al suelo sin conocimiento y se congeló todo mi cuerpo. Mi color pasó a ser tan blanco como la nieve. Madre me socorrió junto a otras mujeres que se encontraban a mi alrededor, mientras que padre seguía atendiendo a la radio con sus ojos cristalizados. No era capaz de pronunciar ni una sola palabra. Un nudo en la garganta me oscurecía la posibilidad. Madre lloraba a mi lado diciendo que no pasaría nada, que estarían seguros. Recobré mi estado normal finalmente. Madre y padre ya tenían preparado su equipaje para marchar. Las lágrimas conquistaban mis mejillas, haciendo que madre llorara al verme así y a padre se le escapasen algunas lágrimas. No podía oponerme a que mis padres se fueran, pero me dijeron  que estarían a salvo y que iban a volver. ¿Estarían seguros?

 

                                                                                    Toulon, 9 de agosto de 1943

La guerra aún seguía. Todo aquí era muy agobiante. No podías salir, a menos que cumplieras los dieciocho años y te unieses a la batalla. Me faltaban días para cumplir la edad necesaria y salir de este manicomio a buscar a padre y a madre.  Madre y padre no volvieron, pero tenía esperanzas de que iban a volver. Oliver y yo nos volvimos mejores amigos, aunque sentía mariposas en el estómago al verle, mientras que Amelia era mi mejor amiga. La señora Lauren, la enfermera, me entretenía todo el día y siempre conseguía que le ayudase en la enfermería. Estaba en mi habitación leyendo un libro cuando el director de la base llamó a la puerta. Tenía un mensaje para mí. Antes de entrar en el despacho del director, vi a Oliver y a Amelia corriendo hacia mí. Me dieron un fuerte abrazo acompañado de un “Lo siento”, cosa que me extrañaba. El director me ofreció el sillón que tenía en su despacho, me senté y comenzó a hablar.

-Señorita Anne. Usted pronto cumplirá la edad necesaria para salir de aquí.

-Sí, pronto, dentro de unos días.

-Tendrá que marcharse de aquí e ir a su antiguo pueblo a vivir con familiares próximos a usted.

-Iré en busca de mis padres. Les prometí que iría en busca de ellos si antes no habían venido a la base, al cumplir yo los dieciocho.

-Ya no puede.

-¿Por qué? - pregunté preocupada.

-Tengo que darle la mala noticia. -hizo una pausa - Sus padres han muerto.


Sara Figueras Peinado

1 comentario:

  1. El maestro Rafael18 de junio de 2013, 0:37

    Otra muestra más de que estos "niños" también están dotados para la prosa. Me encantó, Sara. Besos.

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