viernes, 14 de junio de 2013

STEVEN



Se llamaba Steven. Steven Conrad. Fue un chico que arrastraba tras él un futuro tan infame, que el destino solo nos lo destinaba a unos pocos. Steven jugaba con la delgada línea de la vida a su gusto, moldeaba con sus manos las vidas de inocentes como si de arcilla se tratase y, lo que más marca dejó; arrastró sin saberlo ni quererlo a decenas de almas a la tumba. Steven no era un asesino; era el mismo diablo.
 
 
 
Nuestras clases no eran teóricas, eran más bien... métodos de integración en la sociedad del siglo veinte. Al principio parecían ser la clave de la convivencia mixta entre criaturas del día y de la noche, pero, cuando una llevaba el tiempo suficiente para saber que aquello nunca sería, aquellas clases perdían el poco sentido que realmente tenían.
 
Una mañana, es decir, una noche, mientras que Jorda intentaba quemar la mano de la fría Mabery y el señor Amadeo intentaba explicar por décima noche consecutiva cómo controlar posibles furias ante rechazos sociales, tres sonoros golpes silenciaron la clase. La puerta se abrió y aquel chico que había llamado mi atención casi de forma desmesurada apareció.
 
Era de los nuestros.
 
Los días continuaron con su rumbo. Steven parecía confuso, perdido y retraído. Parecía sólo un inocente niño que habían arrebatado de brazos de su madre.  Transmitía debilidad. Pero solo porque aún no sabía lo que aquella capacidad creada en el mismo infierno podía hacer; ni lo que aquellos ojos podían desquebrajar. En aquellos días yo no supe cuán dañino podía ser, pero de una forma no querida y deseada al mismo tiempo, me acerqué a él, rocé su cálido cuerpo e, inmediatamente, supe lo que su futuro deparaba. Vi sufrimiento, dolor, llantos, gritos y muertes. Y no me equivocaba.

(...)

Como yo temí, me corrijo, como todos nos temimos, el día del incidente que marcó un antes y un después en la historia del internado y en la vida de Steven llegó. Llegó cuando una fría noche de diciembre, Steven decidió saltarse las clases y el toque de queda para hacer una pequeña visita a varias alumnas del horario matinal que, según él, le habían despedido con cierta aflicción. Uno de mis poderes era poder acceder a los pensamientos recientes. Comparado con las cualidades de mis compañeros no era nada. Pero sigamos con Steven. El poder penetrar en determinadas mentes supone un privilegio para unos y una maldición para otros. En mi caso era más bien lo segundo. Aunque la escapada de Steven no debería haberme importado, me importó.
 
 
A pesar de que durante largas horas lo único que hice fue limpiar y ordenar viejos libros de polvorientos estantes de la sala común para mantener la mente ocupada, aquellos malos presagios me acompañaron durante toda la noche. Y aumentaron. Aumentaron cuando, al alba, Steven entró en nuestra residencia rápidamente, agitado y dando leves temblores.

-Eh – me apresuré a decir antes de que continuara con su apresurado paso- Está amaneciendo y seguías fuera. – hice una ligera pausa - ¿Estás bien?
 
Steven se detuvo. Sus hipnotizantes ojos azules se clavaron en los libros que, aún polvorientos, sostenía sobre mi regazo. Vaciló durante unos instantes y sonrió. Aquella sonrisa que perfectamente sigo recordando transmitía malicia. Levantó la mirada y contestó manteniendo aún aquella sonrisa dibujada en sus labios.

-Estoy bien. Gracias por preocuparte. – Un silencio incómodo inundó la sala durante unos segundos. -¿Necesita ayuda, señorita?
 
Eché una mirada a los libros que quedaban por ordenar, pero, cuando volví la mirada hacia Steven, ya no estaba. Esa fue la última vez que se dejó ver en los siguientes días.
 
Durante el toque de queda de la mañana, nos anunciaron que las clases de esa misma noche habían sido canceladas. Todo el profesorado del Cónifer Boarding School había recibido la orden de mantener con calma a los estudiantes del edificio mayor, mientras el director Didier, acompañado del equipo directivo, iban a la ciudad para informar a unas familias sobre un suceso. ¿Qué suceso? Nadie de la residencia lo sabía. Anduve preguntando, pero nadie tenía una respuesta sólida para darme. Ninguno puede salir durante el día y, en ese subterráneo lugar, las noticias llegaban con retraso. Si es que llegaban.
 
El reloj del pasillo principal marcaba las cinco del día siguiente al anuncio de la cancelación de las clases. Todos los estudiantes nocturnos estaban en sus respectivas habitaciones. Todos menos Steven. La puerta de su habitación estaba entreabierta, pero él no se encontraba allí. Todo lo perteneciente a aquella estancia olía a vida y a muerte a la misma vez. Era extraño. Tras apoyarme en la deshecha cama para recoger un papel que asomaba por entre zapatos y un libro, noté calidez en aquellas mantas; Steven había estado allí recientemente.
 
Aguardé con los brazos cruzados, apoyada en el marco de la puerta por varias horas, pero al ver que el sol comenzaba a esconderse y que Steven seguía sin regresar, salí en su búsqueda. No sabía por qué hacía todo eso, pero desde el momento en el que perdí mi mirada en la suya, un vínculo diferente a todos los existentes me unió a él. Era un vínculo protector y defensivo. Era un inexperto, un mortal y una fuerza oculta parece que quiso que Steven tuviese a alguien que le ayudase a volar; o a alguien que le cortase las alas para negárselo.
 
(...)
 
-¡Hana! –gritó una alumna del edificio mayor que corría hacia otra chica que parecía estar leyendo con la cabeza agachada al lado de una vieja farola.- ¡Natsuki ha muerto! –Lágrimas cristalinas resbalaban por su piel pálida. -¿Hana? - La chica, al ver que la otra no respondía, tomó su barbilla para levantar su cabeza, pero antes de darle tiempo casi a reaccionar, salió corriendo emitiendo agudos gritos.
 
La curiosidad comenzó a corroerme por dentro. Coloqué bien el gorro de mi caperuza y realicé un calco de los movimientos que aquella chica anteriormente había hecho; los ojos de la joven que parecía leer habían reventado, parecían... estar llorando sangre y todas las venas de su cara estaban dilatadas. Me percaté de sus manos, las cuales estaban hinchadas y parecían haber perdido las uñas tras arañar algo con gran intensidad. Me impulsé hacia atrás con una mezcla de tentación y miedo. Los únicos causantes de algo semejante habrían sido criaturas de la noche, pero nunca habíamos visto los humanos como presa u objetivo para matar y esto nunca antes había pasado en aquel lugar. Corrí al edificio mayor. Todos los alumnos lloraban, gritaban e algunos incluso peleaban. Pero un grito destacó en aquel jaleo. Me abrí paso entre todos los estudiantes lo más rápido posible. Buscando la habitación de la que provenía, encontré a varias chicas inertes en determinadas estancias. Aquello había dejado huella por todo el edificio. Estaba sorprendida de la fuerza de eso. Pero más me sorprendí al entrar en la sala en la que estaba aquella bestia. Unos rubios cabellos relucían bajo los focos de la habitación.
 
Era él. Steven. Steven Conrad. 
 
Su dulce voz se dirigía hacia una chica que estaba sentada en una silla frente a él. Se levantó, se acercó a ella, acarició con sus suaves manos el rostro de la joven y besó delicadamente su cuello. La chica parecía estar bajo algún tipo de hechizo. Cuando quise darme cuenta, aquella chica comenzó a arañar con fuerza su cara y a dar gritos de dolor. Steven disfrutaba viendo el sufrimiento de aquella joven, retorciéndose de dolor en el suelo.
 
-Temimos que eras tú. Pero ¿por qué? ¿Por qué no puedes controlarte? ¿Cuántas van ya? ¿Diez? ¿Once?
 
-Porque mi tiempo se acaba. A diferencia de vosotros, yo muero. Mi madre era una estúpida humana. Gracias a ella, ahora tengo que cargar con el riesgo de poder perder la vida en cualquier maldito segundo. Odio los humanos. Piénsalo, -se acercó y tomó mi mano, la cuál yo quité con extrema brusquedad.- ¿no sería fantástico un mundo inmortal? Mi padre te llenaría de joyas, lujos y placeres...
 
-¿Tu padre?
 
-El mismo diablo. No me digas que no lo sabías. –Giró sobre sus talones y se dirigió hacia la joven que aún seguía sufriendo de un modo intenso. Puso su pie sobre su cuello y...- Créeme. Así sufren menos.
 
Una criatura matada por un descendiente del diablo o con cualquier lazo con éste, perdería su alma. No podía permitir que esto siguiese así. Y no lo hice. Antes de salir, como casi podía asegurar quién era el asesino, pedí ayuda a toda la clase diurna. Yo sola no podía, era solo cuestión de tiempo y...
 
-¿Me esperabas? –dijo Mabery pavoneándose.- Vengo con todos. –Miró hacia atrás y, como había planeado, éramos dieciséis contra uno. – Que empiece el juego. –Masculló. Juntó sus manos y creó una puntiaguda lanza de hielo, la cuál arrojó al estómago de Steven. La lanza le atravesó por completo. Éste se agachó, para luego levantarse ileso. -¿Qué? ¡Eres un mortal! ¡¿Te quieres morir ya?!
 
-No sabéis todo sobre mí al parecer, ¿no?
 
Atrás nuestra, Jorda, comenzó a gritar dejándose caer en el frío suelo. Steven estaba atacando al chico de fuego desorientando su cerebro, haciendo actuar dolorosamente a todos sus sentidos. Francesca se avalanzó sobre Steven e, inmediatamente, Jorda dejó de gritar.
 
-Púdrete en el infierno. –tartamudeó.
 
-Lo haré. –replicó Steven.- Pero todos ustedes lo haréis algún día también. –rió y se abrió paso entre nosotros. Jorda, lleno de furia, cogió a Steven y lo arrojó contra el suelo con una fuerza bestial, desquebrajó el aire con un grito y, de sus manos, prendieron un fuego, en el que pronto Steven comenzó a arder. Al momento, todo el jaleo del edificio mayor cesó. Lo único que se escuchaba eran alaridos agudos, acompañados por terroríficas voces de todos los registros provenientes de Steven. Sus cabellos rubios se volvieron negros como el carbón y sus ojos rojos como aquel fuego. Era la propia imagen del diablo. Tomé una silla y apreté fuertemente con una pata de ésta el cuello del joven hasta que  dejó de retorcerse.
 
-Créeme. Así sufres menos.
 
Aquel estudiante fue recordado siempre por el internado. La mayoría de los alumnos huyó. Y yo me incluyo en ellos. De esto hace cerca de tres siglos. Aún recuerdo todo perfectamente. Y lo seguiré haciendo.
 
Marí Carmen Armenteros García

1 comentario:

  1. El maestro Rafael15 de junio de 2013, 6:30

    Muy bien. Muy al estilo "Crepúsculo". Enhorabuena, artista.
    Besazo.

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