Se
llamaba Steven. Steven Conrad. Fue un chico que arrastraba tras él un futuro tan infame, que el
destino solo nos lo destinaba a unos pocos. Steven jugaba con la delgada línea
de la vida a su gusto, moldeaba con sus manos las vidas de inocentes como si de
arcilla se tratase y, lo que más marca dejó; arrastró sin saberlo ni quererlo a
decenas de almas a la tumba. Steven no era un asesino; era el mismo diablo.
Nuestras clases no
eran teóricas, eran más bien... métodos de integración en la sociedad del siglo
veinte. Al principio parecían ser la clave de la convivencia mixta entre
criaturas del día y de la noche, pero, cuando una llevaba el tiempo suficiente
para saber que aquello nunca sería, aquellas clases perdían el poco sentido que
realmente tenían.
Una mañana, es
decir, una noche, mientras que Jorda intentaba quemar la mano de la fría Mabery
y el señor Amadeo intentaba explicar por décima noche consecutiva cómo
controlar posibles furias ante rechazos sociales, tres sonoros golpes
silenciaron la clase. La puerta se abrió y aquel chico que había llamado mi
atención casi de forma desmesurada apareció.
Era de los nuestros.
Los
días continuaron con su rumbo. Steven parecía confuso, perdido y retraído.
Parecía sólo un inocente niño que habían arrebatado de brazos de su madre. Transmitía debilidad. Pero solo porque aún no
sabía lo que aquella capacidad creada en el mismo infierno podía hacer; ni lo
que aquellos ojos podían desquebrajar. En aquellos días yo no supe cuán dañino
podía ser, pero de una forma no querida y deseada al mismo tiempo, me acerqué a
él, rocé su cálido cuerpo e, inmediatamente, supe lo que su futuro deparaba. Vi
sufrimiento, dolor, llantos, gritos y muertes. Y no me equivocaba.
(...)
Como
yo temí, me corrijo, como todos nos temimos, el día del incidente que marcó un
antes y un después en la historia del internado y en la vida de Steven llegó.
Llegó cuando una fría noche de diciembre, Steven decidió saltarse las clases y
el toque de queda para hacer una pequeña visita a varias alumnas del horario
matinal que, según él, le habían despedido con cierta aflicción. Uno de mis poderes
era poder acceder a los pensamientos recientes. Comparado con las cualidades de
mis compañeros no era nada. Pero sigamos con Steven. El poder penetrar en
determinadas mentes supone un privilegio para unos y una maldición para otros.
En mi caso era más bien lo segundo. Aunque la escapada de Steven no debería
haberme importado, me importó.
A
pesar de que durante largas horas lo único que hice fue limpiar y ordenar
viejos libros de polvorientos estantes de la sala común para mantener la mente
ocupada, aquellos malos presagios me acompañaron durante toda la noche. Y
aumentaron. Aumentaron cuando, al alba, Steven entró en nuestra residencia
rápidamente, agitado y dando leves temblores.
-Eh
– me apresuré a decir antes de que continuara con su apresurado paso- Está
amaneciendo y seguías fuera. – hice una ligera pausa - ¿Estás bien?
Steven
se detuvo. Sus hipnotizantes ojos azules se clavaron en los libros que, aún
polvorientos, sostenía sobre mi regazo. Vaciló durante unos instantes y sonrió.
Aquella sonrisa que perfectamente sigo recordando transmitía malicia. Levantó la mirada y contestó manteniendo aún aquella sonrisa
dibujada en sus labios.
-Estoy bien. Gracias
por preocuparte. – Un silencio incómodo inundó la sala durante unos segundos.
-¿Necesita ayuda, señorita?
Eché una mirada a
los libros que quedaban por ordenar, pero, cuando volví la mirada hacia Steven,
ya no estaba. Esa fue la última vez que se dejó ver en los siguientes días.
Durante el toque de
queda de la mañana, nos anunciaron que las clases de esa misma noche habían
sido canceladas. Todo el profesorado del Cónifer Boarding School había recibido
la orden de mantener con calma a los estudiantes del edificio mayor, mientras
el director Didier, acompañado del equipo directivo, iban a la ciudad para
informar a unas familias sobre un suceso. ¿Qué suceso? Nadie de la residencia
lo sabía. Anduve preguntando, pero nadie tenía una respuesta sólida para darme.
Ninguno puede salir durante el día y, en ese subterráneo
lugar, las noticias llegaban con retraso. Si es que llegaban.
El
reloj del pasillo principal marcaba las cinco del día siguiente al anuncio de
la cancelación de las clases. Todos los estudiantes nocturnos estaban en sus
respectivas habitaciones. Todos menos Steven. La puerta de su habitación estaba
entreabierta, pero él no se encontraba allí. Todo lo perteneciente a aquella
estancia olía a vida y a muerte a la misma vez. Era extraño. Tras apoyarme en
la deshecha cama para recoger un papel que asomaba por entre zapatos y un
libro, noté calidez en aquellas mantas; Steven había estado allí recientemente.
Aguardé con los
brazos cruzados, apoyada en el marco de la puerta por varias horas, pero al ver
que el sol comenzaba a esconderse y que Steven seguía sin regresar, salí en su
búsqueda. No sabía por qué hacía todo eso, pero desde el momento en el que
perdí mi mirada en la suya, un vínculo diferente a todos los existentes me unió
a él. Era un vínculo protector y defensivo. Era un inexperto, un mortal y una
fuerza oculta parece que quiso que Steven tuviese a alguien que le ayudase a
volar; o a alguien que le cortase las alas para negárselo.
(...)
-¡Hana!
–gritó una alumna del edificio mayor que corría hacia otra chica que parecía
estar leyendo con la cabeza agachada al lado de una vieja farola.- ¡Natsuki ha
muerto! –Lágrimas cristalinas resbalaban por su piel pálida. -¿Hana? - La
chica, al ver que la otra no respondía, tomó su barbilla para levantar su
cabeza, pero antes de darle tiempo casi a reaccionar, salió corriendo emitiendo
agudos gritos.
La curiosidad
comenzó a corroerme por dentro. Coloqué bien el gorro de mi caperuza y realicé
un calco de los movimientos que aquella chica anteriormente había hecho; los
ojos de la joven que parecía leer habían reventado, parecían... estar llorando
sangre y todas las venas de su cara estaban dilatadas. Me percaté de sus manos,
las cuales estaban hinchadas y parecían haber perdido las uñas tras arañar algo
con gran intensidad. Me impulsé hacia atrás con una mezcla de tentación y
miedo. Los únicos causantes de algo semejante habrían sido criaturas de la
noche, pero nunca habíamos visto los humanos como presa u objetivo para matar y
esto nunca antes había pasado en aquel lugar. Corrí al edificio mayor. Todos
los alumnos lloraban, gritaban e algunos incluso peleaban. Pero un grito
destacó en aquel jaleo. Me abrí paso entre todos los estudiantes lo más rápido
posible. Buscando la habitación de la que provenía, encontré a varias chicas
inertes en determinadas estancias. Aquello había dejado huella por todo el
edificio. Estaba sorprendida de la fuerza de eso. Pero más me sorprendí al
entrar en la sala en la que estaba aquella bestia. Unos rubios cabellos
relucían bajo los focos de la habitación.
Era él. Steven.
Steven Conrad.
Su dulce voz se
dirigía hacia una chica que estaba sentada en una silla frente a él. Se
levantó, se acercó a ella, acarició con sus suaves manos el rostro de la joven
y besó delicadamente su cuello. La chica parecía estar bajo algún tipo de
hechizo. Cuando quise darme cuenta, aquella chica comenzó a arañar con fuerza
su cara y a dar gritos de dolor. Steven disfrutaba viendo el sufrimiento de aquella
joven, retorciéndose de dolor en el suelo.
-Temimos que eras
tú. Pero ¿por qué? ¿Por qué no puedes controlarte? ¿Cuántas van ya? ¿Diez?
¿Once?
-Porque mi tiempo se
acaba. A diferencia de vosotros, yo muero. Mi madre era una estúpida humana.
Gracias a ella, ahora tengo que cargar con el riesgo de poder perder la vida en
cualquier maldito segundo. Odio los humanos. Piénsalo, -se acercó y tomó mi
mano, la cuál yo quité con extrema brusquedad.- ¿no sería fantástico un mundo
inmortal? Mi padre te llenaría de joyas, lujos y placeres...
-¿Tu padre?
-El mismo diablo. No
me digas que no lo sabías. –Giró sobre sus talones y se dirigió hacia la joven
que aún seguía sufriendo de un modo intenso. Puso su pie sobre su cuello y...-
Créeme. Así sufren menos.
Una criatura matada
por un descendiente del diablo o con cualquier lazo con éste, perdería su alma.
No podía permitir que esto siguiese así. Y no lo hice. Antes de salir, como
casi podía asegurar quién era el asesino, pedí ayuda a toda la clase diurna. Yo
sola no podía, era solo cuestión de tiempo y...
-¿Me esperabas?
–dijo Mabery pavoneándose.- Vengo con todos. –Miró hacia atrás y, como había
planeado, éramos dieciséis contra uno. – Que empiece el juego. –Masculló. Juntó
sus manos y creó una puntiaguda lanza de hielo, la cuál arrojó al estómago de
Steven. La lanza le atravesó por completo. Éste se agachó, para luego
levantarse ileso. -¿Qué? ¡Eres un mortal! ¡¿Te quieres morir ya?!
-No sabéis todo
sobre mí al parecer, ¿no?
Atrás nuestra, Jorda, comenzó a
gritar dejándose caer en el frío suelo. Steven estaba atacando al chico de
fuego desorientando su cerebro, haciendo actuar dolorosamente a todos sus
sentidos. Francesca se avalanzó sobre Steven e, inmediatamente, Jorda dejó de
gritar.
-Púdrete en el infierno. –tartamudeó.
-Lo haré. –replicó
Steven.- Pero todos ustedes lo haréis algún día también. –rió y se abrió paso
entre nosotros. Jorda, lleno de furia, cogió a Steven y lo arrojó contra el
suelo con una fuerza bestial, desquebrajó el aire con un grito y, de sus manos,
prendieron un fuego, en el que pronto Steven comenzó a arder. Al momento, todo
el jaleo del edificio mayor cesó. Lo único que se escuchaba eran alaridos
agudos, acompañados por terroríficas voces de todos los registros provenientes
de Steven. Sus cabellos rubios se volvieron negros como el carbón y sus ojos
rojos como aquel fuego. Era la propia imagen del diablo. Tomé una silla y
apreté fuertemente con una pata de ésta el cuello del joven hasta que dejó de retorcerse.
-Créeme. Así sufres
menos.
Aquel estudiante fue
recordado siempre por el internado. La mayoría de los alumnos huyó. Y yo me
incluyo en ellos. De esto hace cerca de tres siglos. Aún recuerdo todo
perfectamente. Y lo seguiré haciendo.
Marí Carmen Armenteros García
Muy bien. Muy al estilo "Crepúsculo". Enhorabuena, artista.
ResponderEliminarBesazo.