miércoles, 12 de junio de 2013

EL SECRETO DE OTOÑO



Los días iban siendo más cortos y ya las noches refrescaban; el otoño se abría paso en mi ciudad. Era una capital de provincia bañada por tejados rojizos y espadañas. Mi conciencia daba comienzo entre fogones y coladas de sábanas blancas, ya que vivía en un pequeño pero acogedor hostal, regentado por mi madre, situado en el casco antiguo. Me gustaba cada rincón de él e imaginarme por qué la habitación de la puerta número cinco siempre estaba cerrada. ¿Qué historia ocultaría?... Lo descubrí con el paso del tiempo. Siempre en estas fechas, cuando llegaba del instituto y abría las grandes puertas que cerraban el hostal, podía llegarme el olor a pan recién hecho y también el de algunos dulces con los que mi madre deleitaba a los huéspedes. Como siempre me dirigí hacia la cocina, donde sé que se encontrarían entre risas mi madre y Catalina. A mi madre la recuerdo con una sonrisa, siempre ocupada en sus quehaceres. La vida no le regaló nada y tuvo que forjársela ella misma. Era de estatura mediana, con una cabellera castaña ondulada y poseedora de unos grandes ojos verdes muy abiertos que siempre parecían cansados. Y ahora que me paraba más en los ojos de mi madre, no sé a quién habré salido ya que mis ojos son oscuros. Ella ha sido y es mi ejemplo a seguir. Solía decir una frase: “Más vale que sobre a que falte”.
 
Ya presente en la cocina, le di dos besos a mi madre y luego a Catalina. Aunque Catalina no pertenecía  a mi familia, la considero como la abuela que nunca tuve. Es una de las mujeres más inteligentes, soñadoras y enamoradizas que he conocido; su vida ha estado llena de momentos y anécdotas perfectas para contar. Fue actriz y eso le facilitó el poder viajar por casi todo este mundo. A lo largo de su carrera se ganó el cariño de todos y me encanta que cada día nos cuente una de sus historias. Ya allí, las tres sentadas en la las sillas de la mesa de roble, mi madre me sirvió un té acompañado de magdalenas, mientras que ella seguía cocinando en los fogones. Catalina me comentaba cómo había sido su día y también el recibimiento de aquella rosa que un anónimo le enviaba todas las semanas, acompañada de una nota con poemas famosos. Siempre intentábamos descubrir quién podría ser. Una vez estuvimos interrogando al pastelero del pueblo durante horas. El pobre hombre estaba cansado y  estresado por  todos los  pedidos que tenía, por lo tanto lo dejamos. Creo que se saturó...
 
Cuando terminé, me dirigí hacia la sala común, donde casi cada día observaba una cara nueva. La mayoría de las personas solían ser comerciantes o viajeros lejanos que solo se quedaban unas noches. No podía llegar a conocerlas bien ya que no me daba tiempo, pero me gustaba imaginarme cuáles eran sus vidas y cómo sería su día a día. Por ejemplo, acabo de ver una nueva cara. Se trata de un comerciante de botones que seguramente se dirige a una convención de costura. Me parece interesante ya que se ven pocos. Me lo imagino con un pequeño taller en el cual se encarga de poner todos los botones a  camisas y pantalones de vestir. Los tendría ordenados en una gran estantería. Algunos, por colores, y otros, en cambio, por forma y por tamaño… Reía ante las suposiciones que mi mente sacaba a partir de alguien nuevo en el hostal  y, debido a que las caras nuevas no tardaban en aparecer, mi imaginación volaba. Me dirigí a mi cuarto, que se encontraba en el último piso. Dejé la mochila en el  escritorio, tomé el libro que me estaba leyendo y, sentándome en el sillón junto a  la ventana, comencé de nuevo a leer.
 
Podía pasarme horas leyendo o, algunas veces, contemplando el paisaje que se observaba desde mi ventana y no me cansaba de ello. Me gustaba lo acogedor que era el hostal, me gustaba mi vida. Las personas nos tienen respeto y me saludan con una amplia sonrisa que yo correspondo agradecida. Catalina es el único huésped que lleva mucho tiempo y, la verdad, no quiero que se marche. Gracias a los  ingresos de su juventud puede alojarse junto con nosotras, hasta Dios sabe cuándo. Mis compañeros de instituto no entienden cómo me puede gustar todo esto. Para su desgracia no saben lo que se pierden. Yo no lo cambiaría  por nada; todo lo que me rodea es suficiente para mí.
 
Me puse en pie. Había terminado el libro, así que baje las escaleras y me dirigí a la biblioteca para depositarlo allí, por si algún cliente quería leerlo. Ya que estaba en la planta baja, me acerqué a ver cómo se encontraban de trabajo mi madre y Catalina. Si tenían mucho, las ayudaría en lo que pudiera. ¡Cómo no! Se encontraban en la cocina, pero, para mi sorpresa, estaban remendando las fundas de las almohadas. Pasé un rato entre ellas. No me quisieron dar nada y sentía que las entretenía, así que me dirigí de nuevo a la biblioteca para elegir un nuevo libro. No tardé mucho y volví a mi cuarto, ese espacio donde me podía relajar y donde no se escuchaban las risas ni las conversaciones de los huéspedes.
 
Me gustaría tener una  amiga aquí  con la que poder quedarme  hasta tarde hablando sobre cualquier tontería, o con la que ir al cine  o pasear en bicis por los campos de alrededor, pero no es posible. Las personas que se quedan no tardan en irse y yo, a veces me siento sola: una chica a punto de cumplir los quince tendría que salir, ir un fin de semana a la casa de una amiga, tener un poco de más vida social, divertirse... En mi caso no era así. Era reservada y no me gustaba llamar mucho la atención. Tenía compañeros en la escuela con los que me hablaba y salía algunas veces junto a ellos. Sin embargo, no contaba con esa mejor amiga que casi todos tienen. Si buscaba en el diccionario las palabras “indecisa” y “solitaria”, creo que encontraría mi fotografía en sus definiciones.
 
Estaba andando por el pasillo que quedaba antes de la siguiente planta, pero me di cuenta de que la puerta de la habitación cinco se encontraba entreabierta. La curiosidad me venció y entré a paso firme. Era la única habitación en la que no había estado nunca. Esta se componía de un ropero empotrado antiguo, un escritorio con una caja de madera sobre él y una butaca.
 
Dejé el libro encima del escritorio y abrí cuidadosamente la caja que, para mi sorpresa, estaba repleta de cartas. Agarré un sobre grande y rompí el envoltorio con cuidado, teniendo en cuenta de que no se rompiera mucho, para después volver a guardarlo. Contenía muchas fotografías y una carta. Puse la carta sobre mi regazo y comencé a ver las fotos. Casi todas eran de mi niñez. Salía trepando árboles, en el parque temático, con animales y con mi madre...  Me preguntaba por qué estarían ahí. Pasando varias fotos, me detuve en una. Salía mi madre y un hombre al cual no había visto antes, pero que me sonaba. Tenía los ojos oscuros, el pelo castaño y grandes facciones. Le di la vuelta y leí la dedicatoria: “27 de septiembre. Un día muy feliz junto a la persona especial” ¿Persona especial? ¿Qué persona era la que acompañaba a mi madre? Estuve dándole vueltas a la foto, pensando si había visto a esa persona antes, pero, de repente, las sospechas no tardaron en aflorar. ¿Sería esa persona mi padre? La verdad es que se parecía mucho a mí. Dejé amontonadas las fotos y comencé a hacer semicírculos en mis sienes. La idea de que ese hombre fuera mi padre no me agradaba, aunque tampoco me dolía. Decidí leer todas las cartas: todas se referían a mí.
 
Todas decían que, cada día que pasaba, se me veía más linda y estaba más risueña; que me parecía mucho, que quería que lo conociese. En ese momento, me di cuenta de que no me equivocaba: el hombre de la foto era mi padre, pero estaba claro que ese hombre no se interesó por mí. Sólo quedaba una carta por leer y no me detendría. Mi madre se pasó escribiéndole todos los días durante un año entero…
 
Respiré profundo, me acomodé en la butaca y comencé a leer la última de todas: “Esta será la última carta que te escriba. No te seguiré insistiendo más, pero es muy duro. Tu hija es muy parecida a ti, ya va a cumplir el año y no hace más que sonreír.  Tanto su  personalidad como sus rasgos físicos son los tuyos. Me es duro observarla y recordarte, aunque, si es tu decisión, ante ello no puedo objetar nada. Por otra parte, las cosas me van muy bien. Los primeros meses fueron duros, pero lo he superado. Gracias a la ayuda de Catalina (una mujer encantadora), he podido seguir con el hostal y yo todas las semanas sigo enviándole la misma rosa para que no se apague “su llama del amor y sentirse querida”, como así dice ella.
 
Me sorprendí ante el dato de que mi madre fuese el anónimo tan famoso y me pareció bonito el gesto. Una sonrisa apareció en mi rostro, miré de nuevo la hoja y seguí leyendo. “Cuando recibas esta carta, sé que estarás más allá del Atlántico. Me despido ya para siempre. Que todo te vaya bien.”. Cerré la carta. Tenía que asimilarlo todo. Primero, tenía un padre que no se interesó mucho por mí. Sin embargo, no me dolía, ya que nunca lo conocí ni le tomé cariño. Segundo, descubrí la persona anónima… y, lo más importante, todas las demás cartas tuvieron respuestas, pero, ¿por qué esta no? ¿Por qué mamá nunca la envió?
 
Las preguntas invadían mi cabeza y tenía que plantearme si decirle a mi madre que había descubierto el secreto que había permanecido guardado tantos años o callarme para siempre. Era complicado. Por una parte, quería correr hacia  mi madre y contarle todo, pero otra parte de mí no estaba segura de la reacción que podría causar. Decidí no dar más vueltas al tema. Así tendría que consultar mi decisión con la almohada y, nada más despertar, vería lo que haría ya que mañana no habría clases. Fui amontonando las cartas en la caja y, por último, puse el gran sobre. Cerré esta y tomé mi libro. Las  ganas de comenzar  un nuevo libro y sumergirme en otro mundo se habían desvanecido. Mis párpados me pesaban y tenía que pensar bien qué hacer, así que decidí ir a dormir. Directamente subí hasta el último piso, cerré la puerta de mi habitación y me metí en la cama a dormir. No me cambié de ropa ni tampoco bajé a cenar, puse todos mis pensamientos en orden y decidí descansar. Mañana sería un día algo insólito.
 
Desperté sobresaltada por la alarma de mi despertador. Se me había olvidado apagarlo la noche anterior y, gracias a ello, estaba ya despierta a las siete de la mañana como si fuera un día normal de clases. Me habría gustado haber dormido un poco más, pero entonces caí en que tenía cuentas pendientes. Decidí ducharme para borrar todo signo de cansancio de mi rostro. Salí muy relajada, me puse ropa cómoda y agarré mi cabello en una cola. Tenía pensado comentárselo a Catalina y que me diera su opinión. Ella siempre tenía una solución razonable para que no recurriera a una de mis locuras, pero, claro, no se lo contaría todo: no estropearía su sorpresa de todas las semanas. Bajé un poco apurada las escaleras. Deseaba que mi madre hubiera salido a algún lugar para así poder hablar tranquilamente con Catalina y parecía que hoy la suerte estaba de mi parte.
 
Mi madre había tenido que salir al pueblo cercano por unos recados, así que le llevaría un tiempo. Sin más dilación, busqué a Catalina y la encontré en el jardín trasero. La llamé por su nombre y creo que se asustó un poco.
 
-        ¡Me asustaste Sunni! –Sí, ella me llamaba Sunni desde que tenía uso de razón, ya que decía que mi sonrisa iluminaba algunos lugares.

-        Lo siento, es que te estaba buscando, pero no te encontraba. Tengo algo que contarte y necesito  tu opinión.

-        Pues cuéntame qué es eso que te tiene tan distraída como para no bajar a cenar. -Reí un poco y le conté todo menos lo de su sorpresa. En todo momento permaneció con un gesto neutro, reacio a provocar algún tipo de fascinación.
 
-        Y bien, ¿crees que tendría que comentárselo a mi madre?

-        La verdad, no lo creo… - me sorprendí ante su comentario

-        Pero... –Catalina no me dejó terminar

-        …es decir, tu madre,… Mírala. Irradia felicidad y está orgullosa de ti. Creo que, aunque se lo contaras, no se apenaría. Como bien dijo ella en sus cartas, no quería obligar a nadie. Pero tampoco creo que tu padre sea un mal hombre. Seguro que no estaba preparado para la responsabilidad de ser padre. Hay personas que no están hechas para eso y él tampoco ha influido nada en tu vida.  Creo que deberías dejar las cosas como están. Tu madre es  feliz y las cosas no os han ido mal.

-        Gracias, Catalina, llevas razón. Mamá ya lo ha superado y ahora sé que hubo un tiempo en que  fue feliz, pero… ¿por qué no enviaría esa última carta?

-        A eso sí te puedo responder con certeza ya que tu madre me lo contó. Ella  se escribió durante casi un año entero con tu padre, pero, al ver que no estaba preparado, decidió comenzar un nuevo capítulo en su vida. Una vida que concernía a ti y a este hostal. Dejó las cartas, pero no las tiró por los recuerdos que le traían. Y ahora tú las descubriste. Tu madre no te lo quiso contar por miedo a que te sintieras mal.

-        Al contrario, estoy bien. La verdad es que, al no conocerlo, no me siento triste ni malhumorada. Gracias, Catalina, por darme tu opinión.

Le dediqué una gran sonrisa que ella me devolvió con un abrazo. Respiré su aroma una vez más y me dirigí hacia dentro. Ahora, que sabía ya lo que ocurrió, decidí  también iniciar un nuevo capítulo en mi historia. Un capítulo que contendría este secreto ocurrido en otoño. No sé lo que mi futuro me deparará, aunque, por muchas cosas malas que puedan venir, siempre mantendré mi sonrisa en el rostro. Seguiré siendo la misma chica y seguiré mirando igual a mi madre. Respiro hondo y doy un paso a la que sé que será una nueva etapa en mi vida.

Gema Cantero Lerma

2 comentarios:

  1. Genial. Esto ya es cumplir con los admiradores... Me quedé con la boca abierta. ¡Grande, Gema, grande! Un besazo.

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