Una explosión hace
que tiemble todo el edificio. Son las cinco de la mañana y las primeras bombas
comienzan a caer. Me acerco a mi hermano de cinco años que se ha despertado con
el ruido y tiembla de miedo.
-Tranquilo. Están
cayendo lejos de aquí. No nos pasará nada.- le digo con voz
cantarina para tranquilizarlo.
Él se acurruca en
mi pecho poniendo entre nosotros su oso de peluche y yo lo mezco mientras miro
el humo y el fuego del fondo. Sólo estamos él y
yo, en una pequeña habitación, y un colchón para los dos. Es el edificio más
lejano del campo de batalla. La guerra comenzó hace tres días y ya había
destruido lo suficiente para que sólo quede viva la mitad de la población y un
cuarto del ganado. Lo cojo en brazos y
nos dirigimos a la ventana. Él asoma la cabeza de mi pecho y observa lo que
queda de nuestro precioso pueblo.
-¿Y papá?- me
pregunta mi hermano.
-Luchando por
nosotros- le respondo sin querer dar más detalles.
-¿Volverá?- me
insiste.
-¡Claro que
volverá! ¡Y podremos volver a ser una familia! ¡Ya verás!- le digo con seguridad
e intentando parecer alegre.
El pequeño se ríe y
se echa en mi hombro mientras seguimos observando el peligro que acecha fuera.
-¿Y mamá?- preguntó
nuevamente apretando su osito contra él. Callé unos segundos para pensar algo
y explicarle que había muerto en el incendio del segundo día.
Veo el momento en
que nuestro hogar ardía en llamas. Mi madre nos empujaba hacía la puerta,
alarmada, cuando el pequeño dio la vuelta hacía el infierno que se había
formado dentro.
-¡Mi osito!
-¡No!- le gritó mi
madre corriendo tras él.
Yo la seguí, pero ella me paró y me pidió que saliera
de allí. Esperaba fuera y no
salían, cuando oí un grito desgarrador de mi madre. Entré corriendo,
intentando verlos a través del humo, con todos los sentidos en alarma.
Entonces sentí a mi hermano correr hacía mí con su osito, lo cogí y me lo
lleve fuera.
-¿Donde está mamá?-
le pregunté agobiada e histérica.
-¡Está en el salón!
- contestó con sollozos.
-No te muevas de
aquí- le digo muy seria.
Entro y la
encuentro bajo una viga de madera en llamas. Sus ojos están cerrados, su cara
pálida... Me echo a llorar e intento quitarle la viga,... pero es inútil. La casa comienza a
venirse abajo y salgo corriendo dejándola allí debajo, viendo como el fuego
terminaba con ella.
Finalmente
encuentro una respuesta.
-Mamá tuvo que irse
y me dejó a tu cargo.
-¿Adónde?
Me
estremecí con esa pregunta:
-A ayudar a los
ángeles a cuidarnos desde el cielo. Ahora está mejor, observando cada paso
nuestro. Él se quedó callado. No sabía si había entendido a qué me refería o si
infantilmente lo creyó, pero su rostro no tenía ninguna expresión.
Y
me dije a la mente "Tranquilo pequeño, estaremos sanos y salvos..."
Sandra Pérez Navarro
Tremenda narración. Sólo me cabes decir muy fuerte: ¡ENHORABUENA!
ResponderEliminar¡Gracias, me alegra saber que le gusta!
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