domingo, 30 de septiembre de 2012

SAREK Y LOS DRAGONES DE PIRLESTA

 
Cuando me cercioré de que ya no me seguían, trepé por la pared rocosa del río, alcé la mirada para divisar mi alrededor y subí. Nunca había visto algo tan bello: un gran prado amapolado se extendía bajo mis pies hasta el mar, en el que crecían algunos árboles frutales que en ese momento necesitaba.

Salí a correr y mis pies sintieron la armonía y frescura del césped natural. Me acerqué al primer árbol y oteé sus ramas. Eran bayas y dátiles. Salté y me aferré a una rama con una mano y con la otra moví fuertemente las rama. Varios frutos cayeron al césped.

Así que me solté de manos y caí con parsimonia en el suelo. Fue una pena que nadie me viera. Bueno sí, alguien me vio. Eran los tipos de las flechas.

Recogí unas cuantas de frutas y me las guardé en el zurrón y corrí cuesta abajo hacia el mar. Pero los tipos eran muy rápidos y tuve que acelerar la carrera.

Agradecí al cielo aquel momento. Un carromato tirado por dos mulas hizo distraer a mis perseguidores y me metí en él, sin permiso del conductor.

Cuando estuvimos lejos, le pregunté:

-Disculpe, ¿hacia dónde lleva este carromato?

Aquel hombre, menudo y barbudo, escupió y acto seguido dijo sin mirarme:

-A Bastor.
 
(De una novela inédita)
 
Manuel Lamprea Ramírez

2 comentarios:

  1. Genial, Manuel. Se ve que además de buenos poetas, también sois excelentes novelistas. A seguir... Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Fantástico relato. Mucho ánimo y no dejéis de leer y escribir. Felicidades Manuel.

    ResponderEliminar